16 dic 2006

Diario Mediterraneo 2

Barcelona,
la ciutat de Gaudí, de la arquitectura moderna, de els monstruosos edificis de oficines, la estafa immobiliària, del imparable moviment okupa... la ciutat que respira progrés i que al mateix temps crida per humanisme, la ciutat de els rius humans i de els humans que neden contra el riu.
(TRADUCCIÓN: la ciudad de Gaudí, de la arquitectura moderna, de los monstruosos edificios de oficinas, la estafa inmobiliaria, del imparable movimiento okupa... la ciudad que respira progreso y que al mismo tiempo grita por humanismo, la ciudad de los ríos humanos y de los humanos que nadan contra el río.)

El ambiente cosmopolita se respira en todas partes: los paquis (paquistaníes) que venden cerveza en las calles, los punkys ingleses que te recuerdan a Sid Vicious y los japoneses con sus idiosincráticas cámaras fotográficas. Aquí los africanos quieren parecer cantantes de rap, pero la pureza de su tierra y su cultura les hace más difícil convencerse de ello. A lo lejos distingues a los africanos experimentados de los recién llegados. Los primeros con cinturones de D&G, gruesas cadenas y pantalones anchos. En los segundos aún puedes ver el sol en sus ojos rojos y la estepa africana en su elástico andar. Pareciera un documental de la National Geographic cuando les sigues al caminar, llenos de mantas y tinajas, al fondo escuchas tambores y cantos de mujeres negras que recuerdan que estos hombres vienen de la tierra del león, donde el hombre dio sus primeros pasos.

En las mañanas tomaba el café con Anya, una polaca montañista de 1.85m y cuyos brazos y piernas han de ser la envidia de muchos hombres. Muy temprano llegaba su amiga Ninna y se quedaban todo el día escuchando música, chateando en internet y tomando zumo de fruta. Siempre se quejaban de los hombres españoles: por ser fiesteros, por no ser sinceros, por no asumir compromisos... y entre más se quejaban yo más me reconocía en ellos, pensaba que los latinos eramos eso y más que eso, que nuestro idioma era tan florido que a los oídos de una polaca se podría disfrazar una hormonal urgencia en la más dulce mentira. Lo que para ellas eran unos locos irresponsables, para mi eran hidalgos quijotes que juraron vencer al molino de viento por el amor de alguna dulcinea polaca... aunque solo sea amor de un momento, aunque solo sean palabras que se lleva el viento.

A la tarde, cuando entrabas en el apartamento, sentías ese fuerte olor que se junta cuando dos mujeres pasan varios días (esos días) sin bañarse y en una misma habitación. Un olor que varios colegas mios coincidirían en encontrarlo erótico e interesante ;)
Para mi era ya un olor amigable, como esos olores que asocias con el calor y que por estas épocas de invierno caen muy bien. Como el olor del metro, esa estación del metro que almacena cálidamente los aromas de todas las regiones del planeta. Las puertas del vagón se cierran y obligan a todos a semi-abrazarse: nazis y bolivianos, gringos e iraquíes, ejecutivos y desempleados... obedientemente agolpados, con las manos arriba prendidas de un tubo, amenazando con un abrazo al desconocido que está justo al frente. Por más que cerremos los ojos, que aguantemos la respiración... es imposible no encontrarse en la mirada, no sentir el olor... como si fuera en realidad un abrazo. Al llegar a la siguiente estación las puertas se abren y el anonimato te llega de golpe. Los abrazos se desvanecen, las espaldas se multiplican y el río humano se divide en distintos afluentes que llevan a sus sitios de trabajo.

Nota: En cuanto a esto de la arquitectura soy un poco (bastante) bruto. Espero entonces no ofender a mis amigos doctos en las artes del espacio con estas descripciones que daré a continuación. Esto es solo la interpretación de alguien que, sin saber nada de arquitectura, valora y admira la obra de Gaudí.

La pedrera es como un edificio dibujado por Hanna-Barbera para un capítulo de los Picapiedras. En esta rocaventura Pedro es ascendido en la mina y es enviado a trabajar en el elegante roca-edificio de la Pedrera (foto al lado derecho). La naturalidad de sus formas te hacen pensar que el edificio fue tallado de un una sola y gigante pieza, que a la manera de los cangrejos, fueron abriendo en la roca orificios y pasadizos para crear en ella un amable lugar para vivir.

El otro de Gaudí, la casa Batlló, es el edificio que habrían construído los Picapiedra y los Super-Sónicos si vivieran juntos. Son las mismas formas redondeadas de las piedras pero con otras texturas y colores que le da un toque futurista. Era como una discoteca construída hacia afuera, algo me hacía pensar que la fiesta era afuera y que los que pagaron la entrada ya se iban a dormir (foto al lado izquierdo).

El Parc Güell debió ser el regalo de Gaudí a todos los ambulantes de la calle. Pareciera como si un genio pobre hubiera decidido hacerse un castillo con todo el material que sobraba de las suntuozas construcciones barcelonesas. Una gigante iguana mítica custodia la guarida de los seres de la noche que no encajan en estas ciudades de ángulos rectos y caminos trazados (la foto de la iguana la tomé de www.flickr.com porque mi cámara no tiene función para remover turistas ;). En uno de esos curvados recodos me senté a tomar el mate con Eliana, una encantadora argentina que conocí un año atrás en mis andanzas por Bolivia. Los turistas europeos nos miraban con extrañeza, preguntandose cuál sería esa extraña hierba verde que toman en infusiones.

Cuatro días y tres noches pasé en esta mágica ciudad de profundas contradicciones y grandes reivindicaciones. Y aunque no soy muy amigo de las grandes capitales, Barcelona me ha picado para tener que volver.

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